sábado, 15 de marzo de 2008

Via Crucis Benissuera

Introducción.
Queridos hermanos:
El via crucis no es sólo un camino triste, marcado por el dolor del sufrimiento de un inocente y la muerte del Hijo de Dios.
La pasión de Juan nos presenta la cruz como el acto de entrega de Cristo por los hombres. Todo el camino es un acto de amor, en el que el grano de trigo cae en tierra y germina con la resurrección.
Y este camino no fue sólo de Cristo, sino que se repite en nuestra propia vida, un caminar hacia el encuentro con el Padre. Esta noche recorreremos este camino, el camino del ser humano, surgido de la nada por el amor de Dios a través del amor de nuestros padres que se recorre como entrega generosa.
También en este via crucis nos unimos al dolor de la familia de Isaías Carrasco, asesinado hoy por la banda terrorista ETA y a la consternación de la sociedad española, uniéndonos en la oración y ofreciendo este camino por su alma y su familia.
Primera estación
Jesús condenado a muerte
Del evangelio de S. Juan:
“Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos”.
Todo comenzó en el corazón del Padre. Fue él quien decidió enviarte para así salvarnos. Al nacer Jesús fuiste condenado a la muerte humana, tenías que morir porque eras verdadero hombre y morir como los hombres y mujeres.
Nuestra vida comenzó así. El amor de nuestros padres llevó a engendrarnos. Cada día Dios nos regalaba 1.440 minutos para darlos a los demás y recibir amor de quienes nos rodeaban.
Señor, ayúdanos a comprender la caducidad de nuestra vida, una existencia que no podemos desaprovechar. Ayúdanos a que cada instante sea un darnos para los demás, un morir a nosotros entregándonos a los otros.

Segunda estación
Jesús con la cruz a cuestas
Del evangelio de S. Mateo:
Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
Y tomaste la cruz. No sólo aquella mañana. La tomaste al nacer en la pobreza de Belén, al emigrar a Egipto, perseguido por Herodes. La tomaste viviendo en obediencia a María y José y dándote a los demás, caminando de un sitio a otro, sin un lugar donde reposar la cabeza, curando a los enfermos, anunciando el Reino.
¡Qué bien se estaba en las entrañas de nuestras madres! Teníamos el calor más cálido, el de nuestra madre, la luz adecuada y sin esfuerzo por parte nuestra crecíamos en su interior. Pero un día, la vida nos llamó, nacimos y lloramos. Comenzamos a cargar con la cruz, la cruz de respirar, de buscar el alimento, de sentir frío, la cruz de los primeros dientes y los primeros dolores de tripita.
Señor, gracias por la vida, gracias por que en ella no somos marionetas, sino protagonistas que tenemos que luchar por sobrevivir. Ayúdanos a estar siempre despiertos, sin caer en la comodidad.

Tercera estación
Jesús cae por primera vez bajo la cruz
Del salmista:
No me abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación.
Y caíste, sentiste el peso de la vida sobre ti: en el desierto el demonio intentó hacerte tambalear, en Nazaret tus amigos intentaron despeñarte por el barranco. Fueron tantas las veces que te sentiste solo. Pero siempre confiaste en el Padre, Él nunca te abandonaría.
Ir a gatas era muy fácil, pero tuvimos que aprender a andar y eso ya no lo era. Andar significaba caerse, perder el miedo a caernos y hacernos un chichón. Y aprendimos. No fue fácil, pues ¿cuántas caídas? No importa, siempre los tuvimos cerca a ellos, a nuestros padres que nos levantaban.
Señor, caer es humano. Sólo quien esté dispuesto a caer podrá aprender a andar. Y en las caídas siempre está Él, el Padre que cuida de nosotros.
Cuarta estación
Jesús encuentra a su santísima Madre
Del libro de las Lamentaciones:
¿A quién te compararé, a quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿A quién te igualaré yo para consolarte, oh doncella, hija de Sión?
María, tu madre. Siempre a tu lado, en un segundo plano, discretamente. La madre y discípula callada, que contempla y medita en su corazón. Nadie mejor que tú conoció el corazón de esta gran mujer.
Llegaba la noche, ¿quién no ha tenido pesadillas en su infancia? ¿o fiebre? No es fácil ser niño, el organismo es débil y muchas veces el llanto acompaña la noche, pero no sólo el llanto. Hay alguien que no es médico pero cura y alivia el sufrimiento: la madre. Ella estaba allí, junto a nosotros. Su presencia nos tranquilizaba y hasta, es el milagro de la madre, apagaba el dolor y acallaba los miedos.
Señor, gracias. Sí, gracias por nuestras madres, las que viven y las que están ya en el cielo, porque ellas siempre, estén donde estén, están cerca de nosotros y su presencia nos cura, porque nos sentimos amados por los seres que más aman, las madres.


Quinta estación
Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz
De la carta del apóstol S. Pablo a los colosenses.
Llevad los unos las cargas de los otros y cumplid así plenamente la ley de Cristo.
¡Cuántas veces te encontraste con Simón de Cireneo! Juan el Bautista, los discípulos predilectos Pedro, Santiago y Juan, tus amigos María, Marta y Lázaro,... Todos ellos te ayudaron a descansar, a cargar con la cruz del la entrega a los demás.
Y llegamos a la escuela, los números y las letras comenzaron a ser una pesada cruz. Todos los días teníamos deber y todas las semanas algún examen o control. No era fácil, pero siempre estuvo a nuestro lado un buen maestro, que allanó nuestro camino.
Señor. En este via crucis queremos recordar a los maestros y maestras, especialmente a los que nos ayudaron a nosotros, en nuestra infancia, a los que entregaron y entregan su vida en la docencia.

Sexta estación
La Verónica enjuga el rostro a Jesús
Del Evangelio de San Lucas:
Y acercándose, le vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una pasada y cuidó de él.
También tú sentiste el calor de tus amigos, de los que estaban ahí, creyendo en ti y siguiéndote ciegamente donde ibas. Ellos enjugaron constantemente tu rostro, ensangrentado por la hipocresía de los fariseos, el cinismo de los escribas y el afán de poder de los sacerdotes.
En aquellos felices años de la infancia siempre hubo problemas: un suspenso, una pelea con los amigos. Hoy en día la infancia tampoco es fácil, muchos niños sufren el acoso escolar. Pero también se encuentran verónicas, amigos y amigas que escuchan y dan la cara.
Señor. En esta estación queremos recordar a los niños y niñas que sufren acoso escolar, ellos son en nuestro tiempo tu rostro ensangrentado.

Séptima estación
Jesús cae por segunda vez
Del salmista:
Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro, soy un extraño para mis hermanos.
Aquellas noches previas a la pasión no fueron fáciles para ti. Los evangelistas lo resumen en una noche bajo el calor de los olivos, pero fueron más. Sentiste el abatimiento cada vez que mirabas a Jerusalén, pensabas en lo que iba a sucederte, en tu pasión.
Terminaron los años “dulces”, llegó la adolescencia, pasábamos de niño a hombre, de niña a mujer. Y comenzamos a caer. Nos sentíamos adultos, una reprimenda y a llorar como niños. Muchos amigos y sin embargo nos sentíamos solos, todo se volvía en contra nuestra. Quienes ayer eran los seres más fantásticos, nuestros padres, hoy no se enteran de nada y no nos comprenden.
Señor, ayuda a los adolescentes. Ellos viven la primavera de la vida y en esta primavera sufren los vendavales. Ayúdales a sentirse queridos por todos y a ser fuertes en esos años tan decisivos.



Octava estación
Jesús amonesta a las mujeres de Jerusalén
Del Evangelio de S. Juan:
Porque, si en el leño verde esto hacen, ¿en el seco qué se hará?
Fueron muchos los que te encontraste junto al camino que se inhibieron ante ti. Ellos no eran contrarios, pero tampoco fueron capaces de unirse al Reino, te admiraban, sufrían cuando te despreciaban los otros, pero nunca dieron el paso de salir de su anonimato para ir a tu encuentro.
La vida continua, éxitos y fracasos. ¡Cuánto duelen estos últimos!, una carrera no terminada, la muerte de un ser querido en nuestra adolescencia o juventud, un desengaño amoroso, una enfermedad. Lo sabemos, en el pueblo, muchos hablan y se compadecen, lloran, pero desde fuera, más por buscar el propio protagonismo que por quien sufre. Son incapaces de acercarse y ayudar, se conforman con hablar y hablar.
Señor, te pedimos por esas personas, las que se pasan la vida de espectadores de desgracias ajenas. Abre realmente su corazón, en lo profundo insensible al sufrimiento ajeno.

Novena estación
Jesús cae por tercera vez bajo la cruz
Del salmista:
La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay.
Y caíste por tercera vez. Fue en Getsemaní. Allí postrado, llorando, gimiendo, sudando sangre, temblando pediste al Padre que no te abandonara. Y Abbá envió un ángel.
Ser adulto significa caer. En nuestro tiempo las caídas, fruto de un despido laboral, una ruptura matrimonial o los tristemente actuales acosos laboral o sexual, tienen un nombre: depresión. Muchas son las personas que pasan por ella. La cruz del presente muchas veces es terriblemente pesada.
Señor, tú conoces esta cruz, la del fracaso total, el abandono por parte de todos, la ingratitud. Tú, en nuestro tiempo caes en los que sufren la depresión. Te pedimos por ellos, para que con tu ayuda se levanten de ella.




Décima estación
Desnudan a Jesús, y le dan de beber hiel.
De la carta a Filemón:
Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Aquel acto violento de despojarte fue la culminación de una vida. Anduviste por el mundo con el corazón desnudo, sin esconder nada, mostrándote tal cual eras.
No es fácil despojarse de uno mismo, ser como se es, sin esconder nada. Por eso nos vestimos con ropajes, aparentamos ser lo que no somos. Sin embargo, también es verdad, que ante quienes amamos nos desnudamos, somos sinceros y no nos molesta que vean en nosotros nuestros defectos, mediocridades y miserias.
Señor, el amor lleva a amar a la otra persona sin esconderse bajo el ropaje. Te pedimos por los esposos para que sean sinceros en su vida de amor.

Undécima estación
Jesús clavado en la cruz
Del salmista:
Me taladraron las manos y los pies, puedo contar mis huesos.
Fuiste obediente. Toda tu vida fue clavarte al Reino de Dios, al Padre. Tendiste las manos al Espíritu y te dejaste llevar por él hasta ser clavado en la cruz.
De pequeños creemos que ser padre es mandar y ser hijo obedecer. De mayores, especialmente los padres, se descubre la verdad. Nadie más esclavo que un padre y una madre. Tener un hijo significa dejar de ser libre. Desde ese instante todo lo que uno hace es para el hijo y ello significa privarse de los propios gustos e ir muchas veces donde el hijo o la hija quieren, clavados a la voluntad de quienes más se ama en este mundo: los hijos.
Señor, ábrenos los ojos para que recordemos y transformemos en oración de gratitud las veces que nuestros padres se clavaron a nosotros, obedeciéndonos en infinidad de gestos de amor.

Duodécima estación
Jesús muere en la cruz
De la carta a los Romanos:
La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
¿No fue acaso toda tu vida un morir? Moriste a la Gloria del Hijo cuando te encarnaste y te entregaste por nosotros, en los largos años de obediencia a José y en los tres años de vida pública, de vida entregada, una vida para los demás, un morir a ti mismo para que los demás, gracias a tu Evangelio y tu persona vivamos.
Y morir es nuestra vida. Cada uno tiene sus años y cada uno sabe en lo que muere. Muere el sacerdote renunciando a su tiempo y al amor de una esposa e hijos por su parroquia, por la Iglesia, por Cristo. Muere el seglar dando testimonio de Cristo en nuestro mundo y viviendo los valores del Evangelio, renunciando al poder por encima de todo, al dinero como absoluto y al placer al margen de un proyecto de amor.
Señor, gracias por que cada vez que nos damos a los demás y renunciamos a nosotros mismos, sentimos tu cercanía. Eres tú quien muere en nosotros.

Decimotercera estación
Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre
Del Evangelio de S. Juan:
Estaba junto a la cruz de Jesús, su Madre.
María, ella siempre al lado de los que sufren. No le importa estar al lado de un crucificado. Ella siempre estuvo al lado de los humildes y los hambrientos, con quienes tú te identificaste.
Y María estará a nuestro lado. Lo sabemos muy bien, porque lo hemos experimentado en nuestro caminar por la vida. Cuando llegue la enfermedad y el dolor, cuando llegue la muerte, rezaré: “ahora y en la hora de nuestro encuentro”. La Madre estará a los pies de nuestra cruz, porque desde aquel día todos los crucificados tienen a una mujer que les conforta: María.
Madre, te pedimos por los que se encuentran en estos momentos solos, por los ancianos que mueren en las residencias, por los enfermos, por los emigrantes que están cruzando el estrecho, los que se encuentran en la cárcel, los drogadictos que agonizan en las calles, por los crucificados de este siglo.








Decimocuarta estación
Jesús es puesto en el sepulcro
Del evangelio de S. Mateo:
El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los hombres, que le matarán y al tercer día resucitará.
Y entraste en la profundidad de la muerte con una certeza, resucitarías. Toda tu vida fue un fiarte del Padre. Confiado en Él te lanzaste al abismo de la muerte y el Padre envió a sus ángeles para que tu pie no tropezase.
También a nosotros un día nos corresponderá dar este paso, saltar al abismo de la muerte con la fe puesta en el Evangelio y la esperanza depositada en la promesa del Padre. Nuestra vida, como la de Cristo, es un caminar, desde la nada, llevando la cruz de la existencia mortal, hasta el encuentro con el Padre, hasta la Resurrección.
Al concluir este via crucis, Señor, quedemos ofrecer las gracias espirituales que en él se conceden por todos los difuntos de nuestras parroquias y por todos nuestros familiares difuntos. Ellos ya han recorrido este camino hacia el encuentro con el Padre.

Te adoramos Oh Cristo y te bendecimos Que por tu santa cruz nos redimiste.

Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu hijo, muerto en la cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por Jesucristo.